Friday, 24 October 2008
Japan connection (Part II)
Total que a eso de las 8 de la tarde, yo ya absolutamente derrotado por el cansancio y demás, terminamos y nos fuimos a buscar algún sitio "apañao" (según me pidieron mis clientes) para cenar. La verdad es que de lo último de que tenía ganas era de irme por ahí de cena y varitées, pero dado que entretener a esta gente era otro de mis cometidos, saqué fuerzas de flaqueza y decidí que bien podía valer la pena aguantar y lucir el conjuntazo de Armani Collezioni que llevaba, con unos tirantes de Façonnable y unos gemelos de Bulgari absolutamente espectaulares.
Al hacer muchos años que no pisaba suelo nipón, mi conocimiento de lugares de moda estaba más que obsoleto, con lo que decidí inmediatamente llamar a mi adoradísimo amigo SB ( mi idolatrado Pappu), el bengalí con más estilo y glam que he conocido jamás y que antes de mudarse a Kobe fue el rey de la noche tokiata, para que me recomendase algún lugar. Él mismo se encargo de llamar al sitio y hacer la reserva, ya que de otro modo hubiésemos podido esperar un par de meses para que nos diesen de cenar en ese sitio, L'Atelier, en Roppongi Hills, una de las zonas más in de la ciudad. Era un restaurante que conjugaba lo mejor de las cocinas francesa, nipona y española, tremendo, al igual que tremendo fue el sablazo que nos pegaron al pagar la cuenta, pero bueno, que nos quiten lo bailao. Durante la cena hice acopio de la justa cantidad de vino para, sin tumbarme del revés, poder continuar la noche lo suficientemente animado.
Pensé que después de cenar, a mis clientes les resultaría curioso conocer un "Club" japonés, que nada tiene que ver con el concepto occidental de club. Los clubs japoneses son unos lugares en donde te sientas en una mesita y disfrutas de unas copas en compañía de bellas jóvenes que se aseguran de que no te falte bebida en el vaso, te encienden los cigarrillos y te dan conversación. El fin último de estos lugares no es el de que termines llevándote a la chica a la cama, para eso están los prostíbulos de toda la life que también los tienen, se trata de una especie de casa de geishas a lo sXX, pero insisto, no vas ahí para echar un quiqui. Eso sí, la mayoría de estos lugares cobran por el tiempo que pases allí en vez de por lo que consumas, ya que la consumición normal para todo el mundo suele ser una botella de whisky de la casa que te sirven inmediatamente en cuanto te sientas, así que hay que tener cuidado con el rato que te pasas allí, ya que luego te pueden sacar una factura de 450 eurazos sin pestañear lo más mínimo (e insisto de nuevo, de polvos nada). Estas jóvenes, que están muy bien enseñadas, son expertas en entretenimiento y seducción y los japoneses disfrutan cuando, a la vez que les rellenan la copa, las muchachas les dispensan un apretón presionando su pantorrilla contra la de los clientes o un sutil roce en la mano. Por supuesto pusieron todas estas técnicas en práctica con nosotros y mis clientes se quedaron absolutamente pasmados y maravillados con todo aquel ritual de entretenimiento y seducción tan sutiles. La mayoría de estos sitios suele disponer además de un karaoke con el que las chicas, y los clientes más atrevidos, despliegan también sus habilidades líricas. Para mi mala suerte, resultó que tenían la versión inglesa del Aserejé de las Ketchup, sí darlings, sí, el Aserejé de las Ketchup, que tuve que terminar cantando con uno de mis acompañantes, ¡¡¡soooo haaaaard!!!
Kamakura es una población a uno 45 minutos en tren del centro de Tokio, donde se encuentra el Gran Buda de Tokio (Dai Butsu), además de un montón de templos perdidos en las montañas colindantes entre frondosos bosques a los que se accede a través de una ruta de senderismo mega coñaza con socavones, pedruscos tremendos, barro y subidas abruptas, o sea, de todo para hacer del paseo un puñetero infierno, al que si encima sumas una humedad del 75%, pues o eres Quitín Muñoz y estás encantao, o un pringao como moi que no tiene más remedio que apechugar con lo que hay y tirar p'alante por exigencias del guión. Total que allí me encontraba yo en Kamakura con uno de los clientes y unos amigos suyos, verdaderamente majísimos todos, que de casualidad estaban allí de vacaciones y pasamos el día con ellos visitando el pueblecito pintoresco. Pues resulta que mientras disfrutábamos del plácido paseo, yo sudando cual cerdo ante su San Martín y con el hígado casi en la boca montaña arriba, de momento cambia el camino a bajadita y la madre de uno de ellos que también venía, una señora estupenda de 60 años, de momento desaparece de nuestra vista, para volver a aparecer mientras la pobre caía cuesta abajo por todo el empedrado. La sangre se me quedó frozen cual Margarita bien preparado, ¡my God qué ostión!. Los cuatro que íbamos con ella corrimos, en la medida de lo posible para evitar caer nosotros también, al rescate, la pobre frenó su caída hecha un cisco y sangrando. Por suerte, avisté una señal en japonés que decía "Cafetería", con lo que grité y dije que iba a buscar ayuda y me apresuré colina abajo, con lo que casi termino yo también dejándome el careto impreso en las montañas de Kamakura. Afortunadamente, estábamos a tan sólo una cuestecilla de la carretera general, así que el servicio de paramédicos llegó en cosa de cinco minutos, después de que el amabilísimo camarero de la cafetería los avisase. Una vez hubieron curado a la señora y le detuvieron la tremenda hemorragia nasal, pasamos a la parte divertida jeje, empezaron a hacerle todo un cuestionario médico sobre su salud general y desde luego que ninguno de los enfermeros hablaba inglés, así que no sé si sudé más al ver a la pobre señora rodar colina abajo o cuando tuve que traducir todo aquel test vademecuménico. Gracias a Dios, o a Buda o a quien fuere, todo quedó en un susto y un par de bendajes, pero la buena señora no sufrió daños mayores y en compensación por el susto y estrés pasados, insistió en invitarnos a todos a comer, toda una Lady ciertamente.
Aquella noche ya recuperados del susto y de vuelta en el hotel, recibimos la invitación de una joven becaria francesa del Instituto Cervantes para ir a una fiesta en el centro de la ciudad. La fiesta era en el edificio Nike. Toda la planta baja había sido vaciada y dividida en salas distintas donde se tocaban ritmos trans, tecno y progresivo a cual peor, la verdad. Encima pido tres copas y la camarera, que me puso tres vasos de plástico con un chorritín de ginebra y medio litro de tónica, me dice muy maja "son 12.000 yenes, gracias" (unos 75 euros). La chica debió de verme el careto de impacto porque acto seguido me dijo "si quieres te pongo un poco más de ginebra", a lo que le dije "si eso, me vas poniendo un huevo más de ginebra, muchas arigatos". La noche fue de lo más surrealista en general, resulta que era el cumpleaños de un amigo japonés de la becaria, por cierto el japonés más guapo que he visto nunca, ciertamente, pero mis dos acompañantes y yo obviamente no conocíamos a nadie salvo a quien la joven nos iba presentando y con quien entablabas la típica conversación de "¿de dónde eres, qué haces aquí, hasta cuándo estás...?". El sitio era bastante asfixiante, estaba hasta la bandera de gente, y además no se podía fumar, por lo que decidimos salir a la puerta, donde había también cantidad de gente pero mucho más espacio. Ya bien entrada la noche, terminamos conociendo a un japonés rasta, Akira San, que encima iba puestísimo de lo que fuera hasta el infinito y más allá, y uno de los que venía conmigo no tuvo mejor idea que pedirle al rasta que le cantara la canción de Heidi (la de moshi mo chiisaina...), quien dijo que encantado pero sólo si yo le acompañaba, así que ahí me ves a las 4 de la mañana y medio pedo cantando canciones de anime japonés en pleno Tokio, tremendo de la death.
Otra noche el Cervantes nos invitó a cenar y si bien la cena estuvo exenta de anécodtas divertidas pues todo fue muy serio y protocolario, me resultó una velada de lo más interesante por poder conocer a los directores de este centro, su manera de funcionar y su forma de difundir nuestra cultura en un país tan distinto, aparte de algún que otro chismorreo bueno sobre algunos personajes, desde Saramago a Marujito, muy, muy interesante.
A los dos días, el más jefe de mis clientes se regresó a España y el otro se quedó conmigo tres días más. El señor quería disfrutar de un típico masaje japonés, así que pedí al hotel que nos buscaran un sitio bueno y de confianza y nos reservasen hora para ambos. Pedimos media hora de reflexología y una de masaje corporal. Pues bien, en la vida me han hecho más daño que aquel joven niponcillo cuando empezó a apretarme el pie, hasta el punto de que le tuve que decir "Mira ShinChan (porque era muy menudito él) o dejas de apretarme como si te estuvieses cargando a tu suegra o terminamos el masaje ya". Afortunadamente el joven entendió la situación y pude disfrutar del resto del masaje, hasta el punto de casi dormirme. El masaje japonés está más pensado para la presión sobre todos los músculos del cuerpo y su posterior destensión que para el relaje y disfrute del masajeado, contrariamente a Tailandia, por ejemplo, donde lo que se pretende es el relax y disfrute incluso con la opción de happy ending, que en Japón no es nada frecuente.
Ese sábado quedé a cenar con Migita San y Mori San, mis dos madres japonesas con las que viví cuando estudié allí, y se nos unieron los dos hijos de Mori San y la familia del mayor de ellos. Fue ciertamente emotivo y divertido a la vez. Y luego el más joven de mis hermanos japoneses, Yuji San, dos años mayor que yo, nos llevó a mi cliente y a mí de garitos por la ciudad y volvíamos al hotel a las 8 de la mañana del domingo casi del revés. Sólo nos dio tiempo a dormir un rato y prepararnos las maletas ya que a las 5 de la tarde venía a recogernos para emprender el larguísimo viaje de regreso a casa.
La buena noticia es que seguramente me vuelvo para la inaguración ahora en noviembre, mantendré los dedos cruzados jejeje.
Bss Mil,
ElPajarito
Saturday, 18 October 2008
Japan connection (Part I)
Aquel jueves había tenido una sensación rara todo el día, esos días en que no sabes si bueno o malo, pero va a pasar algo...así fue. Las agujas del reloj rondaban peligrosamente alrededor de las 10 de la noche de un jueves cuando mi recién estrenado y estupendo móvil de ultimísima generación empezó a sonar y vibrar a la vez.
-¿ElPajarito? Hola, soy yo, tengo que hablar contigo.
-Hola, muy buenas, pues usted dirá.
-Pues necesito mandarte a Japón este sábado para que nos ayudes con la inauguración del Instituto Cervantes de Tokio. Mañana a las 9 nos vemos y te doy más detalles.
-Alli estaré, buenas noches.
Y así empezó todo. Las manos empezaron a sudarme, los pelos se me pusieron de punta y mi mente se llenó de imágenes de mis otras vistas a este país a velocidad de vértigo. -ElPajarito, que nos vamos a Japón, en menos de 48 horas. Me dije, emocionado.
Esa noche me costó horrores conciliar el sueño y a la mañana siguiente me dirigí a mi cita para que me contasen los detalles de aquel proyecto. La verdad es que no me pudieron explicar demasiado, simplemente me dijeron que me iba a Japón para prestar mis servicios lingüísticos y conocimiento del país a dos políticos españoles que asistían a la inauguración del Instituto Cervantes en la capital nipona. Mi segundo cometido sería negociar unos acuerdos de colaboración con dos museos del país. Por supuesto y pese a que no iba a tener prácticamente tiempo para preparar el tema, dije que yes very well inmediatamente. Con los nervios fatal ante la inminente experiencia (más que nada por miedo a verme en según qué situaciones en las que no poder defenderme completamente con mi japonés) me fui a ver a mi queridísimo PM, quien desde hace más de 10 años se encarga espectacularmente de todos mis viajes, para que me diese la documentación.
Total que el sábado, divina y comodísimamente vestido para semejante periplo intercontinental, me planté en el aeropuerto de Valencia con mi maletón, el maletín de mi Vaio y mi inseparable messenger de Vuitton, para partir rumbo a Paguí, donde tenía por delante SEIS horazas de espera antes del enlace a Tokio. Por mucho dutty free y sala VIP que tengan los aeropuertos, después de la tercera hora de espera de lo único que tienes ganas es de fumar cual poseso y de empezar a cometer homicidios, por lo less, que diría mi idolatrada y desaparecida Divina. Después de 13 horas de vuelo y gran desilusión con la Business Class de Air France (como una Business de saldo, fa-tal), aterricé en el aeropuerto internacional de Narita en Tokio, bueno, a una hora y media de Tokyo, pero vale, aceptamos barco. Tras semejante panzada aérea desde luego que lo primero que hice nada más recoger mi maleta fue buscar un sitio donde poder fumar, of course. Acto seguido fui a ver cuándo pasaba el siguiente autobús para clientes del hotel en el que me hospedaba; ni de coña me iba a esperar otros 45 minutos a que pasase el dichoso bus, hasta ahí podíamos arriver, después de veintitantas hours around the world cual Willy Fogg sXXI. Por un nada módico precio, unos 120 euros, conseguí que un taxista me llevase a mi hotel, el Hotel Okura, uno de los mejores de la ciudad (cual sería mi sorpresa al averiguar que aparte de ser de los mejores, era el más grande, my God!). Al llegar al hotel el taxi me dejó en lo que yo aún no sabía que era el edificio principal, distinto del ala sur reservada a habitaciones superiores y ejecutivas que era de hecho donde yo me hospedaba, a un incómodo paseo de unos cinco minutos por dentro del hotel a través de interminables pasillos, escaleras mecánicas y ascensores, un horror como para haberse hecho el harakiri en la misma recepción del main building. Encima, semejante caminata tenías que intercalarla con una serie de reverencias (chepazos, como yo los llamo) con todo bicho viviente que te cruzases on the way.
