(No estaba tan cerca como parecía)
(Por fin, el aeropuerto de Queenstown)
Allí estaba esperándome mi amigo Pappu con su Groomsman (Hombre del Novio), Rohan, hermano de su futura esposa y gran personaje que llegué a conocer más a fondo de lo que hubiese podido sospechar. Mi equipaje llegó íntegro sin ningún problema y nada más subir al coche en el mismo aeropuerto, así a bocajarro colocaron en mi mano una botella de cerveza Speights, insignia del país, que bien fresquita junto con un arsenal de bebida traían en diversas neveras portátiles en el maletero… la cosa empezaba bien. De allí me llevaron a Waktipu View, la fabulosa zona residencial donde Rohan había alquilado una cabaña maravillosa en la que él, Pappu y yo pasaríamos nuestra estancia en aquella ciudad (todos ellos viven en Invercargill, dos horas largas más al sur).
(Nuestra casa y cuartel general)Después de una muy necesitada y reparadora ducha, estaba listo para conocer a los padres de ella y a varios de los invitados al evento que ya habían llegado también. La madre de la novia nos ofreció una deliciosa y maravillosa cena “hangi”, carne de cordero del país con verduras cocinada a la manera típica, bajo tierra, que un restaurante local se encargó de preparar y traer a Gilmore Lodge, el fantástico chalet en que se alojaban la novia, su familia y damas de honor. Fue bastante gracioso y curioso porque, mientras yo me encontraba en lo que para mí era el ombligo del mundo, por no mentar otra parte anatómica más vulgar, rodeado de gente curiosa y nueva con costumbres totalmente alienígenas para mí, como saludarme con un abrazo y un restregón de su nariz contra la mía, resulta que era yo quien les parecía a ellos un alienígena, un ser mega peculiar que acababa de llegar como de otra galaxia, que encima podía comunicarse fluidamente en su idioma… Un señor me llegó a preguntar, muy inocentemente, si en España conocíamos el vino jajajajajaja, no me miccioné vivo allí mismo por educación y de milagro, pero fue TAN bueno. Después de la cena, los tres mosqueteros tomamos una cerveza en un local de la ciudad y regresamos a la casa, donde continuamos bebiendo, riendo y conversando pero más tranquila y cómodamente sin las formalidades familiares de por medio, además Pappu tenía que ponerme al corriente de muchos detalles del día de la ceremonia, que yo aún ignoraba y que, como padrino que era, me correspondía saber y tener bien bajo control.
(Los bichos, Rohan y Pappu)Al día siguiente, viernes, con una sensación horrorosa de desubicación (lo que viene siendo un jet-lag monstruoso en toda regla, vamos), después de comprar unos Frapuccinos gigantescos en el StarBucks local, nos llevaron a todos en sendas furgonetas enormes a visitar una de las bodegas más importantes de la región de Otago, muy famosa por sus buenos caldos de uva blanca y roja. Durante lo que fue una cata divertidísima, no pude parar de reír con todos los agravios e improperios que soltaba la abuela de la novia, una señora de armas tomar que no soltó mi brazo en todo el día y a la que, por suerte para mí, debí de caer muy en gracia ya que aparentemente dijo a todo el mundo lo encantador y extremadamente educado que era el padrino que había traído “ése que se iba a casar con su nieta”, menos mal. Ya de vuelta a la ciudad, enclavada justo en medio de la Bahía Wakatipu que forma el lago idem, y con la percepción considerablemente distorsionada por los vinos de la cata y las varias botellas que aún cayeron después y durante el camino de regreso, hubo que hacer de tripas corazón y adecentarse para acudir a otra recepción que la familia había organizado en un maravilloso restaurante francés , con los invitados de la noche anterior y los nuevos que iban llegando para la celebración del día siguiente. El Maestro de Ceremonias maorí, Joe, las damas de honor australianas, Ange y Dimi, locas como cencerros y muy divertidas, los maravillosos y embriagadores vinos y marihuana neozelandeses y todo aquel contexto nuevo para mí y que tanto tiempo llevaba anhelando descubrir, hicieron que la noche de aquel viernes fuese una de las más especiales y divertidas que he pasado en toda mi vida. Dicho sea de paso, a petición de Pappu, tuve que acabar mintiendo a su futura suegra para que accediese a dejar que su marido saliese con la juventud aquella noche a celebrar la última noche de solteros de los novios, para lo cual argüí que en España el padre de la novia “es imprescindible” en todas las despedidas de soltero que se precien… lo que le toca hacer y decir a uno a veces, en fin. Por cierto que también estaban entre los invitados aquella noche la esposa e hijos del señor Hori, anterior alcalde de la ciudad nipona de Kobe y fundador de uno de los mayores emporios empresariales del país del sol naciente, que me parecieron una verdadera delicia de gente. Aun así, lo mejor estaba aún por llegar.
Y llegó, el ansiado día D. Pese a lo increíble que pueda parecer, sobre todo después de una noche como la que precedió a aquella mañana, amanecimos todos excelentemente serenos y campantes, a la vez que embriagados por la alegría de lo que estaba a punto de acontecer aquel día. Entre nervios, estrés, carreras arriba y abajo preparándonos para la ceremonia, Pappu me llamó desde una de las habitaciones de la casa y, cerrando la puerta y con gesto y semblantes ultra solemnes, sacó de un cajón un pequeño contenedor de madera lacada envuelto en papel de seda amarillo que me entregó, mientras me agradecía de corazón el haber ido hasta allí para estar a su lado en ese día (me dejó temblando hasta la cremallera del pantalón, el muy jodío, menudo speech se marcó) y explicándome que lo que estaba a punto de abrir había pertenecido a su familia por varias generaciones y que había sido realizado por los artesanos de Royal Bengal, la casa de joyería de las últimas casas reales indias y bengalís (para quien no sepa o no recuerde, mi amigo Pappu es bengalí). Y después de esto, con manos temblorosas, abrí el recipiente para descubrir un conjunto de gemelos y aguja de corbata de oro amarillo y amatistas absolutamente epatante. Obviamente me faltaron las palabras y, tras musitar un sentido “gracias”, no pude más que darle un emocionado abrazo. Y por si aquello no había sido suficiente, sacó otros dos cofrecitos en los que se guardaba los gemelos que, a conjunto, íbamos a llevar ese día. Se trataba de unos gemelos soberbios de platino con una cenefa rectangular de diamantes pera de corte brillante, de la casa inglesa Goldsmith, que en esta ocasión eran un préstamo de su abuela, que habían pertenecido a su abuelo y tío abuelo ya fallecidos. So pena de sonar vulgar, lo único que se me ocurre para describir cómo me sentí es que estaba flipando en colores fosforescentes. Y después de todo aquello, aún me hizo entrega de los anillos nupciales para que llevase su custodia hasta el momento de entregárselos al cura en el instante oportuno de la ceremonia. Creo que en una sauna siberiana a 70 grados no se suda tanto como yo en aquel momento.
(El juego de gemelos y aguja de Royal Bengal, absolutamente epatante)
Después de brindar con la última cerveza de soltero para Pappu, Hideaki, hijo del señor Hori de Kobe que mencionaba anteriormente, Rohan, hermano de la novia y Hombre del Novio, Pappu y yo llegamos a la iglesia dando un breve pero precioso y muy divertido paseo, a lo Men in Black, bajo la mirada y escrutinio de todo el que había por la calle, ¡y cuánta gente había por la calle aquel sábado por la mañana!
(Hide, Pappu y Rohan brindando con la última cerveza de soltero para el novio)Por cierto que, por mucho que los cuatro lo intentamos, ninguno fue capaz de poder colocar las rosas de solapa típicas en las bodas anglicanas, aunque por suerte la fotógrafa, Jenny, que nos esperaba en la iglesia, era toda una experta en esas lides y en un momento nos dejó a todos hechos un pincel. Allí aguardamos a los invitados y, ya dentro del tempo, a los pies del altar y derechos, Pappu, yo a su derecha y Rohan a la mía, esperamos pacientes y emocionados la entrada de Mel, la novia, que llegó radiante y esplendorosa del brazo de su padre con un precioso tocado estilo colmena imperial (algo así como en la antigua corte francesa), con un preciosísimo vestido corte princesa de Lanvin del que Mel se había enamorado y que su madre consiguió hace varios meses en una subasta londinense, que ya en Nueva Zelanda habían retocado para conseguir que la novia luciese absolutamente radiante, como toca. (Y se casaron; tachín tachín, tachín, tachín...)
Después de una ceremonia con su toque justo de emotividad y longitud que no se hizo pesada ni cargante para nadie, el prelado declaró a los novios marido y mujer y, tras una breve lectura del Hombre del Novio, salimos todos a celebrar el enlace, cuyos fastos comenzaban con un crucero alrededor de la bahía Wakatipu y una parada en una bodega del Walter Peak, donde nos pusieron tibios a vinos de la región. Durante el recorrido en barco no dejaron de servir champán, vino y frivolidades saladas, que yo tuve que disfrutar muy comedidamente ya que no mucho después tendría que dar el Bestman Speech y debía mantenerme bien entero para el momento, pero sin duda fue muy entrañable y divertido. De nuevo en tierra firme y dando tiempo a que los invitados llegasen y se aposentasen en The Bath House, lugar del banquete, los del cortejo nupcial nos dirigimos a un hotel boutique ideal que había muy cerca del Bath House y tomamos algo mientras charlábamos y hacíamos tiempo.
(El TSS Earnslaw, barco en que nos llevaron de crucero)(Bodega de Walter's Peak, preciosa)
(Pappu en el Earnslaw con la placa para el coche nupcial que llevé desde España)
Y llegó la hora de ir hacia el restaurante, ceremoniosamente colocados, los novios en primer lugar, seguidos de mí y una dama de honor, a nuestra vez seguidos por Rohan y su hermana pequeña Louise, otra dama de honor. Y en último lugar, no me preguntéis a qué saint, nos seguía un gaitero escocés todo ataviado comme il faut mientras entonaba melodías de los antiguos moradores de las Tierras Altas de Escocia, no llegué a preguntar pero imagino que Mel tendrá antepasados escoceses, si no, no acabo de entender el momento gaiteiro sacado de peli porno, una pena que no se me ocurrió comprobar si realmente iba vestido como toca (debajo del kilt escocés no se lleva ropa interior). To be continued…